jueves, 6 de enero de 2011

Simao y el tiempo

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Uno empieza a darse cuenta de que pasa el tiempo cuando se percata que reconoce la trayectoria de un futbolista sin necesidad de revisar su biografía, sin necesidad de echar mano de cualquier guía. Tirando, simplemente, de memoria. Entiendo, pues, a tantos y tantos periodistas veteranos que hablan de futbolistas que a uno le pueden sonar a chino pero que al escucharlos, con toda naturalidad, parece que los conocen de toda la vida. En charlas con mi hermano, que aunque le encanta el fútbol es más bien un tipo despreocupado en el aspecto balompédico, también nos damos cuenta del inexorable transcurso de los años cuando hablamos de jugadores de nuestra época que ya han dado el salto a los banquillos. A veces cuesta imaginar cómo eran Vicente del Bosque o José Antonio Camacho como jugadores. Ahora, sin embargo, uno ya puede explicar que vio a Pep Guardiola repartiendo juego o a Míchel recorriendo el flanco derecho.
Algo parecido a lo narrado me ocurre con Simao Sabrosa. Recuerdo perfectamente su trayectoria futbolística. El día que, aún siendo un chaval, recaló en el Barcelona como perfecto sustituto de Luis Figo. Llegaba, como antaño el ‘7’ barcelonista, de una fábrica de talentos llamada Sporting de Lisboa. Y sin embargo, su paso por la Ciudad Condal fue más fugaz y menos trascendente de lo que se intuía. Dos añitos sin pena pero tampoco gloria para regresar a Portugal, en este caso al Benfica, para reivindicar su fútbol. En Da Luz se convirtió en icono, cosechó títulos, fue internacional absoluto e imprescindible y tras seis temporadas plagadas de éxitos en el plano personal, fichó hace tres por el Atlético de Madrid. Los rojiblancos pagaron algo más de 20 millones de euros por un jugador cien por cien fiable. A diferencia de su anterior etapa en España, venía como un jugador contrastado (28 años), desquitado de la etiqueta de promesa y con la confianza de un futbolista hecho.